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“Los sueños, sueños son”

Mi primer contacto con la costa caribe colombiana fue en los años juveniles del 72, cortejando a una dama samaria, Sonia Guerrero Dah Dah, que más adelante sería mi esposa. Ella ligada a esa gran familia de los Guerreros entroncados en esa bella ciudad costeña, casi desde la colonia.”—Armando Villegas.

Una de las clásicas visitas que uno hace a Santa Marta, es disfrutar de su apacible ciudad, y sus extraordinarias playas, pero fue San Pedro Alejandrino lo que más me llamó la atención. Para un andino como yo fue impactante sentirme dentro de esa fronda tropical, en un lugar sombreado por una vegetación exuberante y árboles legendarios.

Definitivamente, una flora hermosa y maravillosa ajena a mi tradición y visión serrana; así mismo como las construcciones arquitectónicas realizadas con la solemnidad requerida en homenaje al libertador Simón Bolívar.

Es abrumador el recinto monumental en memorial al ciclo final del hombre más importante de esta parte de América, en su epopeya libertadora. Indudablemente el lugar denota un mundo mágico sumado a la magnificencia de sus perfiles arquitectónicos evocando a los años gloriosos de los primeros días de la gesta de emancipación y a los últimos días del libertador. Esa mezcla de sentimientos, hace posible que ese oasis de recogimiento y de remanso glorioso transcienda con esencia de eternidad y por lo mismo conmueva las fibras más sensibles de quien visite este santuario excepcional enclavado en el corazón de la costa caribe de Colombia.

Si ese lugar legendario por naturaleza se ha ganado el derecho de ser el altar de la patria, debería ser el punto de partida de ser colombiano, y la figura monumental y paradigmática que tanto necesitamos los colombianos para proyectar nuestro destino.

El recinto de San Pedro Alejandrino no creo que deba ser solamente para rendir homenaje a nuestro libertador y a la memoria de nuestros héroes, en actos y paradas militares, con desfiles y pendones multicolores que representan a los países liberados; sino también para mantener viva la imagen de los países bolivarianos en actos culturales, incrementándose por lo mismo el turismo cultural para proyectar a la región.

San Pedro Alejandrino representa mucho más y es mayor su trascendencia, no sólo en el contexto territorial de Colombia, sino dentro del contexto internacional. Por eso yo también soñé en mi corta dimensión, tratar de agrupar a los trabajadores del arte de estos seis países hermanos, libres soñadores de mil fantasías en el campo de la creación artística, con el fin de homenajear a quien nos hizo libres para perfilar una identidad cultural libertaria, amplia y generosa. Fue también mi deseo que, estuviéramos presentes en ese recinto sagrado acompañando a glorificar al Libertador, esa constelación de creadores en todos los campos del arte al que pertenecemos, y de esta manera conformar una pinacoteca con las obras de los artistas bolivarianos.

Más adelante entre idas y venidas vacacionales en Santa Marta siempre al contacto familiar, fue consolidándose la motivación y la idea de conformar un museo de arte al lado del conjunto arquitectónico tradicional de San Pedro Alejandrino, algo que le hacía falta al recinto como complemento natural y cultural.

Al primero que participé de este proyecto fue al arquitecto Carlos Proenza, compartiendo mis sentimientos de artista, luego a Gustavo Castro Guerrero ligado estrechamente a nuestro lazo familiar, y en aquel entonces Ministro de Desarrollo, así mismo a Alfredo Riascos quien ocupaba el cargo de director de la Corporación Nacional de Turismo, al igual que a otros parientes y amigos. El entusiasmo fue grande y tuvo gran acogida dentro de la comunidad samaria con sus autoridades civiles y políticas, lo que ayudó a adelantar este ambicioso proyecto.

Finalmente esta noticia fue comunicada a en aquel entonces Presidente de la República de Colombia, Belisario Betancur, quien gustoso aprobó el proyecto. Mientras tanto, fui nombrado Ad honorem como emisario cultural flotante para convocar a los artistas más representativos de los países bolivarianos, en viajes expresos para invitarlos a participar con sus obras en donación y su asistencia a la gran inauguración, que sería un momento extraordinario de encuentro de los artistas en la ciudad de Santa Marta. Afortunadamente dicha gestión fructificó gracias a la idea expuesta en un documento gráfico y texto de sustentación que expuse en conferencias de prensa y televisión en los medios promocionales de cada país, determinándose así el alcance y la bondad del proyecto.

Mientras se realizaba la construcción del museo, se ultimaban los preparativos para la gran inauguración cuyo acto se realizó el día 24 de julio de 1986 con la asistencia de la mayoría de los artistas invitados, en un verdadero acto solemne y conmovedor, cumpliéndose justo en esta fecha un aniversario más del nacimiento del Libertador. Así se daba vida a la unión de los artistas en presencia viva y a sus obras en confrontación testimonial y activa, para su proyección y gesto futurista.

Para dirigir los destinos del museo se seleccionó una junta especial de notables de la ciudad siendo el primer director del museo quien les habla. Más adelante dicha junta nombró a doña Zarita Abelló, prestante artista del lugar, como directora quien ha dirigido hasta la fecha la marcha y los destinos del museo en forma muy acertada, adelantando los programas y eventos que fueron proyectados por el autor del proyecto en forma estatutaria.

Al cumplir los quince años de su fundación, como ideólogo y gestor de este proyecto rindo mi sentido homenaje una vez más al Libertador por haber puesto su nombre a mis castillos en el aire, y los cimientos a una idea que proyecta su imagen a través de la eternidad, en compañía de ilustres, parientes y colegas, logrando así cristalizar este sueño hecho realidad.

Maestro Armando Villegas López (Q.E.P.D.)
Artista, fundador del Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo.

*Texto extraído del catálogo conmemorativo 15 años de la Fundación Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo. Edición de 500 ejemplares se terminó de imprimir en Santa Marta – Colombia.
Agosto 2001.

© FOTO

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